El ataque de panico no es nuevo, se experimento siempre

21/08/2013 15:56

Néstor Braunstein, autor de: CLASIFICAR EN PSIQUIATRÍA

"El ataque de pánico no es nuevo, se experimentó siempre"
El psiquiatra y psicoanalista afirma que los manuales estadísticos de la OMS son "ridículos" y critica la moda de etiquetar algunos trastornos como la bipolaridad y los ataques de pánico. Los peligros de algunos diagnósticos y el negocio de la industria farmacéutica.

Por: Lucía Álvarez

Como toda ciencia, la psiquiatría tiene una prehistoria. Fue la clasificación de enfermedades del botánico Carlos Linneo, la obra que inspiró al alienista Phillippe Pinel para establecer las cinco primeras categorías psiquiátricas: melancolía, manía con delirio, manía sin delirio, demencia e idiotismo. Y si bien la sistematización de esa disciplina llegó años más tarde de la mano de Emil Kreapelin, esos trabajos establecieron los fundamentos de lo que sería la "ciencia del alma", definieron un lenguaje, un discurso y unas reglas inspiradas en la botánica y sin más referencias teóricas que las de la psicología del siglo XIX, anterior a Sigmund Freud.
"El modelo que hoy rige a la psiquiatría es el de un empirismo ramplón que sirve a los intereses del Estado en su amalgama con la industria farmacéutica, y que está lejos de entender al 'paciente' a partir de sus coordinadas existenciales, su vida concreta", reflexiona Néstor Braunstein, autor de Clasificar en psiquiatría. En diálogo con Tiempo Argentino, el psiquiatra y psicoanalista argentino, residente en México DF desde su exilio en 1974, caracteriza de "ridículos" y "absurdos" los sucesivos manuales estadísticos y de diagnósticos elaborados por la Organización Mundial de la Salud y la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos y enmarca esos rótulos en un proceso de "medicalización de la vida", cuestiona la moda de algunos trastornos, como la bipolaridad o los ataques de pánico, y advierte sobre el avance represivo en el campo de la psiquiatría infantil. "El rol social de los psiquiatras quedó reducido al de una mula, un drug dealer: pasar sustancias químicas del laboratorio al sujeto. Hay que evitar hacer estadísticas con los padecimientos", señala.

–¿Por qué hablar de las clasificaciones?
–Hace 35 años que me ocupo de observar cómo se le ponen nombres a los procesos de sufrimiento y lo que se oculta detrás de designaciones como "anormal" o "enfermo mental". Son categorías que descalifican al sujeto que lo recibe y a la persona que aplica. Meter una multitud en esas clasificaciones, encasillarlos, es desconocer la significación singular y reducir a las personas a una etiqueta que sirve sólo para comunicarse con otros expertos. Porque, además, los psiquiatras no pueden dar precisiones sobre lo que estudian, esas clasificaciones universales están basadas en impresiones subjetivas, pero funcionan como instrumentos de dominación.
–¿Puede la psiquiatría funcionar sin clasificaciones universales?
–La alternativa es escuchar los padecimientos uno por uno, no catalogándolos en histeria, psicosis, psicopatía y toda otra clase de designaciones reduccionistas. Una persona puede tener una adicción, pero el nombre adicto suplanta en nombre de una generalización no justificada. Si hay dos personas alcohólicas, cada una lo es a su manera. No son dos personas con la misma adicción. Hay que evitar hacer estadísticas con padecimientos.
–¿Y cómo garantizar la unidad de la disciplina?
–Es que justamente se trata de eso, de disciplinar, de reunir bajo un mismo orden, y para eso recurrimos al lenguaje, que es una forma de clasificación. El problema es que impone un orden discriminatorio. En la psiquiatría no hay un diagnóstico que no sea una descalificación. Si alguien dice soy bipolar, o soy un chico con déficit de atención, quedás mal rotulado. Es un estigma que durará toda la vida. No pasa lo mismo si digo que soy asmático.
–¿Por qué las personas hoy consultan al psiquiatra para tratar temas que antes resolvía de otro modo?
–Hay un proyecto en marcha desde hace décadas que es el de la medicalización de la sociedad. Según esta lógica, todo debe entenderse en términos médicos: la alimentación y el ejercicio se hacen por razones higiénicas; la vida sexual está regulada entre lo permitido, lo prohibido, lo normal, lo insuficiente. Hoy se considera un trastorno tanto la falta de deseo como la hipersexualización. Y todo eso entra en clasificaciones universales, que permiten establecer tratamientos. Parece una posición de poder, pero lo que revela es la incapacidad para comprender las motivaciones que llevan a las personas a vivir como viven. Este proyecto de psiquiatrización de un poder sobre la humanidad, de segregar, tiene como efecto principal la segregación de aquello que se considera fuera del orden de la normalidad.
–¿Por qué señala entonces que la "la vida de la psiquiatría es precaria"?
–Porque estas clasificaciones van desprestigiando a la psiquiatría. Los médicos desconfían de los psiquiatras y los psiquiatras están descontentos con el lugar que tienen. Su rol social es como la de las mulas, el drog dealer: pasan sustancias químicas de un laboratorio a un sujeto. Eso no es satisfactorio, sobre todo para el psiquiatra clásico que trataba de escuchar y entender a sus pacientes. Ahora, lo deriva. Se le designa un lugar dominante, pero desvinculado de la cuestión de palabra, como si esta no fuese material. Si alguien está deprimido es tratado según el DSM5, que tiene todo pautado, fijado. Hasta tiene un calendario para el duelo. Eso es absurdo y ridículo.
–Usted menciona que la medicalización promueve la enfermedad, ¿qué ejemplos existen en el caso de la psiquiatría?
–Un caso es el de la depresión. En los años '50 se descubrió que las sustancias químicas podían influir y transformar el estado de ánimo, la angustia, la excitación y acallar al malestar. Se las llamó "chalecos de fuerza químicos". Una vez que se consiguió eso, y fue de casualidad, porque se estaban explorando antihistamínicos, se dijo que tenían que aplicarse a las personas que presentaban, en mayor o menor grado, experiencias de dolor subjetivo. Para ello, fue necesario promover la enfermedad que iban a tratar. Había que explicarles a los médicos qué era la depresión. Y se promovió esta enfermedad desconociendo la causa de la tristeza y de los efectos secundarios que acarrea. El médico le puso un nombre, porque ser deprimido o estar ansioso justifica la prescripción de la droga y la persona se puede tranquilizar. Eso hizo que la industria farmacéutica tenga la gallina de los huevos de oro. Hoy es la especialidad con menos base científica, pero con más cantidad de prescripciones, la que produce más millones de dólares a la industria.
–¿Algo parecido pasó con el trastorno de bipolaridad?
–Ha sido una moda, hoy están otras, pero siempre es la cuestión de modas, de diagnósticos. Es normal que pasemos por fases de aceleración y tristeza. Porque hay que afirmarlo así. No hay en todo lo que cubre la psiquiatría una sola prueba, un análisis que establezca una correlación entre el resultado, el diagnóstico y el tratamiento. Uno puede buscar en orina, en sangre, hacer radiografías, tomografías, puede recurrir a cualquier método de objetivación, pero no puede ofrecer ninguna relación entre el resultado y un dignóstico.
–¿Pero no hay pacientes que necesiten psicofármacos?
–Es una pregunta que nos hacemos constantemente y en cada caso. Una persona puede estar deprimida o exaltada. Su reacción deriva de la relación con los miembros de la familia, con los amigos, los compañeros de trabajo, puede llevar una vida triste y deprimente, puede no encontrar intereses. Y, en ese caso, ¿la depresión requiere de uso de antidepresivos o se puede plantear de otro modo? Esto sin negar que existan casos que padecen de un proceso depresivo con un dolor infinito donde la única alternativa parece ser la muerte. No es que decimos no a los psicofármacos, a veces son indispensables porque producen una atenuación del malestar y eventualmente pueden ser objetos positivos, en la medida en que abren la posibilidad de una palabra que de otro modo está trabada. No hay que condenar en abstracto a los psicofármacos, sino a una sociedad que hace del uso ellos un recurso para ignorar las causas del sufrimiento de la gente.
–¿Entonces lo que nunca se debe abandonar es la escucha?
–Definitivamente, el psicofármaco sirve en la medida en que quita los obstáculos para la expresión.
–¿Qué opina sobre la actual propagación de los ataques de pánico?
–Uno de los primeros diagnósticos que inventó Freud fue la neurosis de angustia, que estaba definida por ataques de pánico. Esos ataques están vinculados a la evocación de situaciones traumáticas o por insatisfacción en la vida y particularmente en la vida sexual, que producen estos despertares, frecuencia de la pesadilla, con sensaciones de asfixia, de ahogo, con imposibilidad de respirar, con desesperación y vivencia de muerte inminente. Es una sensación que el ser humano ha experimentado desde siempre.
–¿El conocimiento y la difusión de estos padecimientos tiene un efecto contagio?
–Nos opondríamos a toda forma de censura, de promoción de algo en este campo.
–Pero, por ejemplo, se recomienda no escribir noticias sobre suicidios.
–Todas las religiones han hecho un tabú del suicidio, es un tema prohibido. Se tiene la idea de que sería algo contagioso, que induciría a las personas a tomar una decisión irrevocable, nadie se anima a decir que terminar con la propia vida es un derecho y que cada día tomamos la decisión de continuar viviendo y que, si bien sabemos que la muerte está al final, no tenemos apuro por llegar a ella. Hay una campaña de censura. Yo creo que podría ser todo lo contrario, que el tema sea tratado sin hipocresía, sin vergüenza porque parece que ahora podemos hablar con facilidad sobre la sexualidad, sobre el dinero, aunque menos, pero lo que está terminantemente prohibido es razonar sobre la decisión de seguir viviendo.
–¿Qué le significa al paciente tener un diagnóstico psiquiátrico? ¿Se construye identidad desde ahí?
–Muchas veces existe la demanda, el paciente pide un diagnóstico. La cuestión es precisamente cuál es el deseo que se oculta detrás de la demanda. En el campo de la psiquiatría, por la vaguedad y porque esos diagnósticos están fundados en apreciaciones que no le permiten al paciente conocerse en su individualidad, prefiero no dar nunca un diagnóstico pero le pregunto por qué lo quiere y qué funciones cumpliría para él presentarse así.
–¿Qué peligro conlleva la medicalización de los niños?
–Los chicos, antes, eran traviesos, desobedientes, inquietos, ahora tienen trastorno de déficit de atención y reciben anfetaminas que les producen excitación y adicción. La frecuencia con la que se diagnostica ese trastorno es once veces más alta en Estados Unidos que en Francia. Y eso por la industria. En vez de pedirles que hablen sobre el malestar, se lo frena con la prescripción del Valium.
–Usted menciona que el modelo empírico y "ramplón" es el de Estados Unidos, ¿existen otros?
–Esto se incluye en una clasificación internacional que es avalada por la OMS. El modelo para la elaboración de la guía es la clasificación de los Estados Unidos. Hay una cuestión de unificación, de globalización de los diagnósticos y, frente a eso, es la posibilidad de atender caso por caso. Tenemos que decirlo las veces que sea necesario. «

Promover la depresión

Aunque se trata de un proceso histórico, y no de un programa o de una manipulación, el modelo de medicalización que rige al mundo sirve a intereses específicos, en particular a la de la industria farmacéutica, que obtiene a partir del mismo, ganancias exorbitantes. Por ejemplo, la promoción de la depresión como una enfermedad psiquiátrica llevó a que se gastaran 20 mil millones de dólares en antidepresivos en 2008, de los cuales U$S 12.800 millones fueron en Estados Unidos. Según un informe del Instituto de Salud Mental de ese país, los antidepresivos ocupan el segundo lugar en tipo de medicamentos recetados y sólo en 2010 se realizaron 250 millones de prescripciones.
"La industria hace congresos en los que invita a lugares de playa, con todo pago, para el psiquiatra y su mujer, le dan diplomas. Les presentan estudios clínicos con los resultados positivos, pero no se informa jamás de los negativos, y tampoco sobre los falsos positivos, que son la gran mayoría. Se los convence de esa manera, que tiene bastante conexión con el soborno. Es la entrega de gratificaciones por la difusión y la receta", indicó el doctor Braunstein.

El uso de psicofármacos

El libro del doctor Néstor Braunstein aborda también las conexiones del dispositivo psi con otros campos, como el derecho y la prevención de la criminalidad. En tiempos de paranoia social, señala Braunstein, el uso "preventivo" de psicofármacos o los registros psiquiátricos de la población cobran un protagonismo inusitado. Para ejemplificar, el libro toma el caso de la doctora Lynn Fenton, la psiquiatra que atendía al responsable de la matanza en Aurora, Estado de Colorado, durante la trasmisión de la película Batman. La viuda del veterano de la marina muerto en ese episodio demandó a la médica por no haberlo recluido en un hospital psiquiátrico. "Con el tiempo se ha llegado a la conclusión de que el crimen debe ser prevenido y que la función judicial debe pasar del aparato jurídico-policial al dispositivo psi siendo estos funcionarios los primeros sospechosos y los culpables cuando omitieron el diagnóstico correcto del sujeto peligroso y la aplicación de los tratamientos corporales indicados por el Estado y la propaganda de los laboratorios en una sórdida complicidad con la industria de las armas, los videojuegos, de la incitación cotidiana a la violencia y la idealización mediática de la guerra y sus héroes", señala el texto.

https://tiempo.infonews.com/2013/08/11/argentina-107253-el-ataque-de-panico-no-es-nuevo-se-experimento-siempre.php

Contato

CAP - Centro de Atendimento Psicanalítico - Ely Silmar Vidal

elysilmarvidal@gmail.com

caixa postal: 18012 - centro cívico
curitiba
80530-970

+55-41-9820-9599

Pesquisar no site

Turbine seu Site © 2011 Todos os direitos reservados.

Crie um site gratuitoWebnode